martes, 6 de octubre de 2009

Buen viaje, negra querida....

Mientras saludamos los primeros rayos del templado sol primaveral y recordamos la llegada al mundo de Violeta, ese mismo día, Mercedes Sosa, la universal Negra, parte hacia la eternidad después de librar la última de sus luchas. Podría decirse que era algo esperado, pero hubo tiempo de despedirse, de agradecer, de recordar canciones, historias, esa voz "contralto" que musicalizó tantos momentos de la vida y que nos hizo evocar, una vez más, eso que "el canto de todos es el mismo canto".

Por ello, recogemos dos testimonios generacionalmente distintos, hecho que realza más su valor, porque dos personas entregan su visión sobre Mercedes Sosa, habiendo tenido el privilegio de poder compartir cercanamente a ella y desde allí, contarnos y traspasarnos aquello que no siempre se ve, como es la factura humana, cariñosa, amable y sencilla de esta mujer tucumana que fue una hija privilegiada de nuestra América, llevando su música por todo el mundo.


En Buenos Aires, por Jorge Coulón

Siempre fue un fiesta caminar con Mercedes por las calles de Buenos Aires; el pueblo argentino, tan vecino y tan diferente de nosotros los chilenos, le manifestaba a viva voz todo su cariño, se detenía el tráfico y la pocas cuadras desde algún restorán a su departamento en Carlos Pellegrini eran un pequeño y emocionante carnaval.
Pocos saben que el 4 de noviembre de 1970 entre los miles y miles de manifestantes que celebraban la toma del mando del Presidente Allende, la famosa Mercedes Sosa no estaba sobre un escenario sino que marchaba anónimamente por la festiva Alameda Bernardo O'Higgins; a su regreso a la capital argentina comentó la fiesta con un joven chileno que pasaba unos meses en un curso dictado en el Instituto argentino de Normalización. Le contó que caminó todo el día, que vió, primero con preocupación y luego divertida cuando Luisín Landáez bailando y cantando cumbias, en un escenario seguramente más artesanal que los que hoy conocemos, repentinamente desapareció en un agujero del escenario, afortunadamente sin mayores consecuencias para él y para la alegría de ese día memorable... le contó que al final del día sus pies ya no daban más y que el atardecer la encontró sentada en una acera de la Alameda frente a la Gratitud Nacional. Los chilenos nunca supieron que ella había compartido su alegría desde donde la alegría es más intensa, desde el pueblo.

La famosa cantante y el entonces joven estudiante volverían a encontrarse muchas veces en los cuatro decenios sucesivos en las circunstancias y en los países más variados...
Hoy, casi cuarenta años después, se dejaron definitivamente. Él viajó especialmente a la perla del Plata con la esperanza de saludarla antes de su partida, pero en el aeropuerto de Santiago, el domingo por la madrugada, recibió la noticia de su muerte y su viaje sería entonces un saludo póstumo y quiso hacerlo, como Mercedes, desde el pueblo... compró en el aeropuerto una bandera chilena y voló para llegar directamente al Congreso argentino donde ya la fila de la gente común alcanzaba un par de cuadras, una hora antes de que se abrieran las puertas del Salón de los Pasos Perdidos, nombre que sólo la poética argentina podía imaginar para una bellísima sala que comunica el Senado con La Cámara de los Diputados.
Desde esa fila comprendió algo que un no argentino difícilmente comprende: cómo y con qué intensidad quieren los argentinos a la gente que quieren. Las conversaciones que junto a su compañera escucharon entre esa multitud darían para un libro o un tratado, ellos simplemente lo disfrutaron y el ahora viejo estudiante se imaginó cómo habría sido esa jornada de Mercedes entre los chilenos que celebraban el nacimiento de una esperanza... nada gratifica a los pueblos como la esperanza...
La fila avanzó hasta llegar ellos frente al féretro de Mercedes, allí quedó frente a ella y haciendo paralelo a una similar argentina la bandera de la estrella solitaria, allí estuvo acompañándola haciéndole llegar el cariño de Chile, ese poderoso símbolo, el único diferente al blanco y celeste que presidía la despedida y por eso mismo ardiente como una brasa con su rojo, blanco y azul tan marcados cuanto etérea es la coloración de los símbolos patrios argentinos...


Inútil contarles que el ahora viejo estudiante era yo y que me sentí representando a todos los artistas chilenos y latinoamericanos, que me sentí triste de comprobar que ninguna autoridad de nuestro país del rango adecuado se hizo presente, y orgulloso de haber puesto nuestra bandera a los piés de tamaña mujer, de semejante heroína de este continente.
Acompañamos a Mercedes y Fabián, su hijo, los centenares de artistas populares (no necesariamente famosos) que llegaron a saludarla y que, como una riada, pasaron por sobre la solemnidad del lugar y el momento para terminar cantando las más bellas zambas y chacareras. El desfile popular no cesó en las casi 24 horas del velatorio y hoy a mediodía la despedimos para dejarla en el también mítico cementerio de La Chacarita... parte de sus cenizas serán esparcidas en Mendoza... Quién sabe si el viento cordillerano lleve una parte de ellas hasta Chile y cuando vean la bandera chilena se sientan acompañadas de un cariño inexplicable con palabras, como todo cariño de verdad...



Adiós, por Daniel Cantillana

Era el año 1998 y yo llevaba apenas unos meses tocando en Inti-Illimani. Eran meses algo surrealistas para mi, que había pasado, a decir de un amigo, “de jugar en los potreros a la selección nacional”, comentario que tenía bastante de cierto en muchos sentidos. Coré, el grupo en que “militaba” anteriormente, era conocido por un grupo muy reducido de personas, y el nivel de contacto que implicaba estar en el Inti era absolutamente inusitado para mi. En pocos meses había tenido la oportunidad de conocer y compartir escenario con muchos de los artistas que formaban parte de mis grandes referentes. En septiembre, pasé en una semana de tocar en el Estadio Nacional en un gran homenaje a Salvador Allende -donde estuvo presente, entre otros, Joan Manuel Serrat- a presentarnos en Londres en el escenario del Royal Festival Hall, junto a John Williams, Paco Peña y Peter Gabriel, ocasión en que además actuó como anfitriona la actriz Emma Thompson...en fin. Era un período de emociones muy intensas, y en medio de todo este ajetreo fuimos a dar a Buenos Aires, donde después de un bello concierto, culminamos la velada en el departamento de Mercedes Sosa.
De más está decir el estado de conmoción en que yo me encontraba. A la cita acudió en aquella ocasión también León Gieco, lo que completaba el escenario perfecto para que en medio de la reunión apenas pudiera yo articular palabra. Mercedes se hallaba por aquel tiempo muy entusiasmada con su versión de la Misa Criolla de Ariel Ramírez, y nos la hizo escuchar en su equipo de sonido. Llegada la hora de comer, nos distribuimos en la mesa, dispuesta con vino y empanadas, donde para mayor turbación mía quedé sentado inmediatamente a la derecha de nuestra anfitriona y frente a León Gieco. Los recuerdos de aquella conversación son ya un tanto vagos, pero recuerdo claramente que León estaba saliendo de un período en que había sufrido, al igual que yo un tiempo antes, de crisis de pánico, y conversamos largo rato en torno a este tema que nos “hermanaba” de alguna manera. De Mercedes conservo muy viva la gran impresión que me produjo el tono cercano y cálido con que se dirigía a todo el mundo, su sensibilidad a flor de piel, una especie de inocencia que derivaba seguramente de una falta total de desconfianza, condición que he visto repetida en muy pocas personas después. Recuerdo especialmente el tono de voz conque de tanto en tanto escuchaba: “Hijito, sírvase otra empanadita”, “Hijito, le sirvo más vino?”, tal como lo hubiera hecho mi abuela, con una sincero afecto que brotaba a lo largo de toda su conversación. Recuerdo incluso que hasta el tono con que decía “Hijo de puta”, refiriéndose a algún antiguo compañero de ruta -de quien, claro, no diré el nombre- estaba impregnado de ternura, y toda ella revestida de un aura casi de santidad. La imaginé en esa ocasión como una suerte de Madre Teresa de la música, llenando cada espacio con su amor y generosidad. Retorné al hotel meditando acerca de la sencillez de los verdaderos grandes, idea que con los años he confirmado en varias ocasiones, y otras veces...bueno, siempre hay una excepción que confirma la regla.
Volví a verla en un par de ocasiones, una vez en el escenario del Estadio Víctor Jara, y otra vez como público nuestro, sentada en la primera mesa frente al escenario de La Trastienda en San Telmo, en compañía de León Gieco y Víctor Heredia. Guardo de ella la hermosa impresión de una persona absolutamente generosa, entregada por completo a la música y el servicio a los demás. Una gigante con un alma simple, una mujer bondadosa y en extremo maternal, que ponía en cada palabra, en cada acto, en cada gesto, su inmenso corazón.
Adiós negra, hasta siempre.



Gracias por regalarnos y compartir estas experiencias tan íntimas, pero que logran ser tan universales por su trascendencia y por el legado que nos dejan. Mercedes sigue cantando; su voz todavía resuena y nunca dejará de hacerlo.
Buen viaje a la eternidad, Negra...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias. Hermoso tributo. La Negra al igual que ustedes han nutrido con ternura resoluta ese imaginario latinoamericano de hermandad y amor a nuestros pueblos. Eterna nuestra Mercedes Sosa. Saludos desde Nueva York. Sheila.

Ariel dijo...

Muchas veces hay sentimientos que uno quisiera convertir en palabras, pero éstas no fluyen. Hoy quisiera dar un pequeñísimo homenaje a Mercedes, pero no tengo los versos adecuados.
Sin embargo, agradezco este artículo que expresa casi todo lo que yo deseo manifestar.

Anónimo dijo...

Hermosas palabras han entregado a la hermosa mujer que nos dejó. Gracias.

 
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