lunes, 10 de agosto de 2009

Neruda y el Winnipeg: 70 años de un viaje


Hoy damos inicio a la publicación (en dos entregas) de un artículo de autoría de Hans Hoffmann, que a propósito de la visita de Inti-Illimani a España, gentilmente nos ofrece para compartirlo con todos ustedes.


NERUDA Y EL WINNIPEG : 70 AÑOS DE UN VIAJE


Se celebra en estos días el 40 aniversario de un viaje al espacio, de una llegada a un lugar mas que remoto – la luna – y de un paso pequeño para el hombre, pero un gran paso para la humanidad. El triunfo del hombre sobre las estrellas, la demostración que no hay fronteras que nuestra sociedad no pueda cruzar. Es decir la prosa grandilocuente que se acostumbra en estos casos. Es una efeméride de gran importancia – no cabe duda - científica, tecnológica y también – porque no decirlo – económica. Los medios de comunicación nos lo recuerdan día si, día también según se acerca la fecha del alunizaje.

Pero hay otras efemérides. Otras historias, a escala mas humana y mas local, que no tuvieron la posibilidad de ser filmadas, ni retransmitidas por el orbe y que a pesar de ello aún pueden ser recordadas ya que son mas cercanas a nosotros y a que tienen en si mismas lo mejor del ser humano, su humanidad. No estoy en contra de celebrar la llegada del hombre a la luna, faltaría mas, es que estoy mas a favor – en este mundo inconcientemente globalizado – de las historias de hombres, mujeres y niños, de celebrar las verdaderamente humanas.

El siguiente relato, es para muchos inexistente, no por que no haya sucedido, más bien porque no ha sido lo suficientemente recordado. Ahora se acerca su efeméride. Y justo ahora, al saber que el grupo musical chileno – y latinoamericano –, el de mayor trayectoria y con mas conciertos en el mundo, Inti Illimani, actuará en Bilbao, en la Aste Nagusia 2009, recuerdo las conversaciones que mantenía con Jorge Coulon Larrañaga (fundador y director del grupo) hace unos meses recorriendo los cerros de Valparaíso, ciudad y puerto principal de Chile y de cómo coincidimos, en la deuda histórica que se tiene con un barco, el Winnipeg, con sus “pasajeros”, con un poeta, con una historia que, sin dudarlo, merece ser contada y recordada. Es la historia de una travesía que empieza en el océano Atlántico y termina en el océano Pacifico y de como la blanca estela que dejara en estos océanos se transformó en un surco en tierras lejanas donde llegaron semillas que germinaron y seguirán germinando. Esta es la historia:

Cuando en 1939 le nombran cónsul especial en Paris, Neftali Reyes Basualto no imaginaba – o puede que sí – que estaba apunto de iniciar el camino que le llevaría a realizar su mejor obra.

Él mismo, meses antes – con el pseudónimo de Pablo Neruda, como se le conoce – le había propuesto a Pedro Aguirre Cerda, entonces Presidente de Chile, llevar a ese país profesionales que huían de la guerra civil española o que estaban en campos de hacinamiento en Francia. La respuesta fue “sí, tráigame vascos, castellanos y extrémenos, … tenemos trabajo para ellos…”

Neruda sentía en sus entrañas el dolor de esas gentes, su conciencia humanista, su alma sensible de poeta y los recuerdos de García-Lorca – y de su asesinato -, de la generación del 27 y de otros, entre ellos los poetas vascos Gabriel Celaya, Blas de Otero, el cual le dedica su poema “Guernica”, le susurraban, a veces, le gritaban, las mas, que algo se debía hacer.

Así empieza a dar forma en su cabeza el viaje del Winnipeg, un destartalado carguero de 5000 toneladas que nunca llevó más de setenta u ochenta personas a bordo, además de cacao, sacos de café y de arroz. Ahora le estaba destinado un cargamento más importante: la esperanza. Uno de los viajeros recuerda del como subió al barco: ¿Usted es trabajador de corcho? – le preguntó Neruda -, sí señor dijo el hombre con siete hijos. Hay una equivocación porque en Chile – replicó el poeta – no hay alcornoques. Pues los habrá de ahora en adelante respondió. Suba al barco. Usted es de los hombres que se necesitan”.

Luego de habilitar con literas los seis pisos de las bodegas, alrededor de 2000 personas, vascos muchos de ellos, iniciarían un viaje de vida y hacia la vida misma.

En efecto, el Winnipeg es el símbolo de la lucha de unos hombres para la dignidad de otros, de empeñar parte de la vida propia para brindársela a otros, en definitiva del triunfo de la “humanidad” sobre la sinrazón.

El cuatro de agosto de 1939, zarpa la vetusta nave desde el puerto francés de Pauillac. Muchos de sus “pasajeros” no sabían a que país extraño y exótico se dirigían. Otros decían que su destino estaba en el extremo sur de América pero no sabían en qué punto del mapa situarlo, no importaba. El viaje sería largo y difícil pero a buen seguro – de llegar a destino - les esperaba una vida mejor.
Pronto la segunda parte de este artículo.

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